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EL LENGUAJE COMO DETONANTE Y CALDO DE CULTIVO

Imagen de javier.villoslada

Siempre he pensado que el lenguaje no es solamente un vehículo de comunicación entre las personas. Creo firmemente que el lenguaje tiene algún tipo de vida propia por sí mismo. Es decir, es capaz de influir en el desarrollo de las situaciones en que interviene.

Al igual que al efectuar la medida de una magnitud cualquiera hay que considerar que el instrumento de medida está, de hecho, influyendo por sí mismo en la propia magnitud que se desea medir, en la comunicación humana el lenguaje utilizado está influyendo en el mensaje que se desea transmitir.

Desde esta perspectiva, pienso que el lenguaje influye extraordinariamente en la forma en que se recibe el mensaje. Se puede decir lo mismo, pero según las palabras y expresiones que utilice el emisor, la predisposición del receptor a interpretar el contenido del mensaje puede ser muy diferente.

Pero también, además, la propia situación que se pretende comunicar terminará afectada por el leguaje que se utiliza para su descripción.

Así pues, el lenguaje no es en modo alguno aséptico. Influye en la predisposición del receptor e incluso puede modificar la situación misma objeto de la comunicación.

A propósito de las circunstancias excepcionales que estamos viviendo en estos últimos meses, se ha multiplicado enormemente la cantidad de mensajes que se emiten y se reciben, y sobre todo se ha disparado la concentración de mensajes en torno a unos pocos temas recurrentes.

Con frecuencia le llegan a uno mensajes por diversos medios (repetitivamente a través de WhatsApp) en los que el núcleo del mensaje aparece acompañado de diversos adjetivos como por ejemplo: ‘¡qué vergüenza!’, ‘¡qué horror!’, ‘¡es tremendo!’, ‘¡esto es increíble!’, ‘¡qué espanto!, ‘¡qué escándalo!’,… etc. y que, a su vez, son respondidos con breves comentarios de esta misma índole.

Estoy convencido de que estos cantos de corte un tanto apocalíptico, emitidos en mi opinión de modo espontáneo pero poco reflexivo, contribuyen a distorsionar el mensaje en cuanto al modo en que es visto por el receptor y, además, sostengo que modifican el asunto que se transmite. El desescalado será diferente según se hable del mismo, como será diferente la manera en que se solucionen problemas puntuales según el lenguaje con que se describan.

Yo creo que si se reflexiona un poco antes de emitir un mensaje, y especialmente antes de hacer un rápido comentario de respuesta catastrofista, quizás se vea que es mejor crear un buen ambiente favorable con un lenguaje abierto, comprensivo, positivo.

No es bueno estar continuamente rasgándose las vestiduras y clamando al cielo. Solo contribuye a un mal ambiente general y a que los asuntos que se pretenden comunicar se vean de color gris sucio, o marrón boñiga, con lo que se solucionarán peor y de mala gana.

Frente a adjetivos cerrados, excluyentes, apocalípticos,… propongo consideraciones abiertas, positivas, creativas, que dejan espacios amplios para el buen ánimo y las contribuciones ilusionantes.

Tal vez haya razones para pensar que esto o aquello es un horror, una injusticia, un insulto, un espanto, … pero es seguro que existen ventanas abiertas y caminos creados que permiten acudir, colaborar, contribuir y solucionar. Y ello desde la satisfacción de hacerlo, y hacerlo bien. Démonos el gusto de la alegría, la satisfacción, e incluso, por qué no, la euforia de hacer algo no porque estemos ante un horror o una vergüenza, sino porque estamos ante una oportunidad de sentirnos mejor, de sabernos partícipes de un grupo social que necesitamos y que nos necesita.